Vale do Gaio
La primera impresión es el silencio. Un silencio imenso. Después, los horizontes hasta donde la vista alcanza. El verde de las dehesas. Los campos labrados o de pasto.Las manchas grises de los olivos y de las encinas. Y, sobre esta armonía absoluta e indescriptible, el silencio. Siempre, el silencio.
Apenas de vez en cuando los cencerros de algún rebaño se escuchan a lo lejos, del otro lado del pantano; o un cuco araña las tardes tibias de marzo, surcando los aires, en homenaje a su libertad.
Aquí sentimos que todavía es posible reconciliarnos con la vida. Olvidar todo y comenzar de nuevo. Creer que las cosas suceden siguiendo su orden natural.
Es este sabio y justo equilibrio con la naturaleza, la impresión más duradera que permanece en la memoria.
El Vale do Gaio Hotel. Sólo con un nombre de pájaro sería soportable en tamaña armonía. La casa es su nido. Y ese calor doméstico lo sentimos nada más franquear sus puertas. Al atardecer, en la terraza diseñada sobre el pantano, vemos el sol ponerse de forma mansa. Las cigüeñas pescando junto a la orilla. Los pájaros procurando el nido para pasar la noche. Talvez un gayo esté perdido en la noche, procurando reposo. Y nosotros en el nido del gayo, mejor todavía, en el Vale do Gaio Hotel, lejos del mundanal ruido.
Nuevamente el balar manso de los cencerros. Parece un sonido antiguo que nos recuerda a Jano, un pastor de Torrão, que nos trajo la pluma de Bernardim Ribeiro.
A lo lejos se encienden las luces de la villa de Torrão.